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Un día llegaremos a las estrellas

Edgardo Scott


“El hombre ha huido de su cabeza, como el condenado de la prisión.”

Georges Bataille

1.

Lo primero que dibuja o garabatea –representa– un niño es una cabeza. Algo como un círculo, como una esfera con dos puntos –los ojos–. Una cara. Si alguna vez el universo se fingió geocéntrico, algo similar ocurre con la cabeza y sobre todo con el rostro. Los ojos, las puertas del alma, y toda esa lírica errónea. Es comprensible. La cabeza está superpoblada; salvo el tacto, todos los sentidos habitan en ella. Siempre me han asombrado las cabezas de los pájaros. En proporción al resto del cuerpo, me parecen insignificantes, muy pequeñas. Y sin embargo, no es una proporción tan distinta a la nuestra. Pero los pájaros tienen alas, y vuelan, y nosotros no.

2.

Cada órgano cumple una función en el organismo. Pero eso nada tiene que ver con el cuerpo. La analogía no es la metáfora.

3.

Un conocido lingüista albano se preguntaba hace unos años: ¿Por qué entonces no buscar la imagen del yo en el camarón, bajo el pretexto de que uno y otro recobran después de cada muda su caparazón?

4.

Una mujer había abandonado los corpiños porque oprimían el chakra principal, el que de algún modo se suspende en el centro del pecho. El corazón es el símbolo del amor. Lo cierto es que el corazón es el músculo principal, la energía que alguna vez comenzó a latir y que al cesar detiene la vida. El amor es una continuidad. ¿Cuál es el órgano de la discontinuidad, cuál es el símbolo de la interrupción? Y sobre todo, ¿qué significa? En la raíz de la palabra diablose halla la palabra división.

5.

Dicen que lo más llamativo en la incineración del cuerpo de Shelley, el poeta romántico inglés, fue que el corazón permanecía intacto entre las llamas. “Me quemé la mano al sacarlo de las llamas”, contó su amigo Trelawny, quien trasladó la reliquia desde Italia, para dársela en Inglaterra a la esposa de su amigo, la encantadora Mary. Mary Shelley, agradeció el gesto y supo conservar el corazón, envuelto en paños finos, en un cajón de su escritorio por el resto de su vida. Mary Shelley, la esposa del poeta ahogado y con el corazón intacto escribió muy joven Frankenstein, de modo que nada de estos sucesos le sirvieron como inspiración. Tal vez fuera al revés.

6.

Algo poco destacado es el silencio, la discreción de los órganos. Un cuerpo es algo ruidoso y pesado. Los órganos, en cambio, hacen lo suyo como los enanos en el sueño narcótico de Blancanieves. A propósito, ¿son los enanos órganos exteriores de Blancanieves, que como todos sabemos es una imagen nívea y subyugante? Los enanos como órganos de la belleza. A fin de cuentas, los enanos son definidos por el carácter, por el humor. Y los órganos se ocupan de todo tipo de humor y secreción.

7.

Si el deseo es un arpón, una punta, si el cuerpo es uno (y ese también es el número mágico del deseo), los órganos son la primera forma (el caos, el estallido) que persiste. Siempre podrá deshacerse el cuerpo, siempre podremos volver al caos, ser mil pedazos en la galaxia. La oreja que se quedó abandonada de simetrías, para seguir escuchando, en la pobre cabeza del genio holandés.

8.

Carlos Faig escribió sobre el órgano-lenguaje. El órgano principal que cumple la función principal, y sin embargo, una función parasitaria e inútil. El lenguaje es el órgano permanente que una vez robamos sin querer, por torpeza –también los primates tenían destino y pavor del azar–; lo robamos de la mano del ángel negro travestido en serpiente, travestido en Eva, travestido en (...).

9.

Quieren que seamos un organismo. Ni siquiera un órgano. Un organismo. Algo que nade en un plasma, como un protozoo. Después de la última guerra, con sus siete jinetes, no vendrán ni las máquinas ni los droides. La vida será un estanque. Por fin no habrá fricción, choque, ruptura, repliegue. Degollados de sexualidad y algo peor, del erotismo. Una reproducción por bipartición o conjugación de material genético. La tierra prometida, el reino eucariótico, un sueño unicelular.

10.

Hoy –comienzos del siglo XXI–, una forma menor y prepotente de sabiduría, la divulgación médica, dice que hay veintiún órganos en el cuerpo humano (nada impide las suspicacias, también alguna vez hubo animales para los cuatro elementos, y la salamandra era un animal del fuego).

11.

En el plan de CsO (cuerpo sin órgano) de Guattari y Deleuze, la clave es la consistencia. Con su habitual tono viril y mesiánico indican: “vigilar hasta en nosotros al fascista, y también al suicida y al demente”. Todo para hacerse de un cuerpo sin órganos. Los inocentes (los protegidos y liberados por alguna sombra tutelar: un buen dúo paterno, por ejemplo, una larga nación cartesiana), Calígula y los presocráticos, la generación beat y los postmodernos, pretenden –siempre anuncian y renuevan– el cuerpo sin órganos: lo que no existe ni existirá nunca.

12.

La gran escena de Terminator II es cuando el villano se deshace y rehace como mercurio, metal líquido. Pero muere (los villanos mueren para que conozcamos el alivio); muere en una lava industrial, en una fragua moderna; se evapora (en el aire sólo partículas: la dosis del mal casi intangible). El cuerpo del mal es el cuerpo del lenguaje. Un cuerpo de mercurio líquido o sólido, tanto da, y en el origen y el final, gaseoso. No hay órganos del mal. Los órganos del bien, en cambio, son innumerables.

13.

Un día llegaremos a las estrellas. Racimos de soles, blancuras absolutas, ceguera diáfana. Perdidos en la noche, como una exhalación, como un suspiro. Donde no hubo cuerpo ni órganos. La primera fe: una explosión.