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Un sufrimiento y un arrebato

Stéphanie Hochet


Al principio, el esfuerzo parece difícil. El cuerpo se resiste, se hace pesado. Continuar. La respiración se adapta, empuja un poco más. Al cabo de unos diez minutos, la máquina es menos pesada, tomó ritmo, se acomoda sola. Hay que resistir, es decir controlar. Cazar a los pensamientos negativos, escuchar la propia máquina, dialogar, “negociar” con el cuerpo. ¿Hasta dónde podemos ir juntos? El cuerpo humano puede aguantar, ya lo sabe usted, no por haberlo vivido sino porque los hombres pasaron por pruebas terribles y salieron vivos de ellas. Usted no está hecho de una materia distinta. Usted sabe que eso que parece imposible es completamente factible y que no se va a morir por ello.

Usted corre.

Lo que tiene de particular este deporte es que implica un contrato inmediato entre su cabeza y su máquina. Más que la natación o el ciclismo –las otras actividades de fondo que usted conoce–, ya que nadar lo adormece, se siente mecido por el líquido que le recuerda al vientre materno; mientras que la bicicleta pone una distancia entre el Yo “cabeza” y el Eso “cuerpo” mediante la mecánica. La carrera es una larga negociación entre el Yo y el Eso, un pacto ancestral del que sus genes se acuerdan. Negociación con el cansancio, causado por la marcha en sí o traído desde antes del esfuerzo, negociación con el dolor.

Al primer signo de dolor, la cabeza debe evaluar la gravedad del mensaje que se le ha enviado. ¿El dolor es aceptable o es señal de un problema que el ejercicio empeora? A veces es el lúgubre signo de una lastimadura que no se debe ignorar si no se desea luego quedar inmóvil durante semanas. Un pequeño dolor de tendones puede desaparecer cuando la máquina se calienta; después de veinte minutos, el cuerpo le concede el favor de adormecer la inflamación que sólo sentirá varias horas después del esfuerzo. O no.

¿En qué piensa la cabeza mientras la máquina corre? Pasa de la vigilia al despertar, de observadora puede pasar a erguirse como directora, ordenar al cuerpo que continúe cuando éste quiere interrumpir el esfuerzo. Un jefe no obtiene buenos resultados con el uso de la crueldad. El Yo será entonces suave con el Eso. Le pedirá estirar las piernas, avanzar tanto como pueda, ya que podrá, si lo logra, relajar el resto de la máquina, todo lo que no trabaje directamente en el movimiento –busto y brazos distendidos. Ir a buscar al fondo de sí el espacio de reposo, olvidar las piernas que trabajan como esclavas.

Y de pronto, la armonía. Se avanza como siendo llevado por su propio caballo, galopando en un paisaje de preferencia lo más natural posible, en el bosque que la reciente lluvia ha vuelto más puro, más nuevo. La tierra húmeda, tierna, recibe el galope. Usted es, de pronto, parte de esa naturaleza, y si tuvo la buena idea de correr solo, se sentirá irresistiblemente ligado a esa maravilla, como un animal. Ese placer que usted ha probado sólo le producirá ganas de revivirlo. Es el comienzo de una pasión, en lo más estricto del término: un sufrimiento y un arrebato.

A veces el cansancio anula todo pensamiento, y su cuerpo quisiera hacerse débil y descansar en el suelo. Darle ánimo como se estimula a un caballo. Cada prueba se toma individualmente, una subida, un camino atravesado por obstáculos, piedras, raíces grandes, etc., una bajada empinada. Una vez que la parte difícil quedó atrás, usted sigue en pie. Es su cabeza quien resistió, de eso está seguro, pero es con el cuerpo que se mantiene recto. Entonces continúa. La debilidad puede venir del hambre repentino. Usted escarba en su cuerpo, agotó el azúcar necesario para el esfuerzo y ahora la máquina se inquieta, se trastorna, se debilita. Ella le muestra su alarma, pero desde lo alto de sus conocimientos teóricos y de los recuerdos de otras carreras, usted sabe que va a encontrar un nuevo modo de resistir. Usted tiene memoria para ella.

Sed. Usted ha bebido antes de salir y el agua ha refrescado su temperatura, aceitado sus músculos y sus tendones: ahora se ha escurrido por sus axilas, usando las reservas. La boca está seca. Como el caballo, usted sabe dónde encontrar agua en el recorrido, pero quizás el río esté muy sucio o la municipalidad haya cerrado las fuentes del bosque. Continuar. Atento a los mensajes del Eso que podría estar en peligro. Saber detenerse. El cuerpo temblando por el esfuerzo, caliente y agitado por dentro.


No necesito música. Los auriculares en los oídos me alejarían del lugar, de los ruidos del bosque, entre los que me gustaría fundirme. El choque de mi zapatilla sobre el suelo me agrada, me gusta escucharlo así como me gusta escuchar al pájaro, a la ardilla, a la hoja seca que cae o la ramita que cruje.

Resistencia. Uno resiste tantas situaciones en una vida, las que lo unen a la familia, la gente que uno está obligado a frecuentar, una enfermedad que demora en curarse o incurable, la propia imagen en el espejo, la desocupación o una ingrata posición en el campo profesional, la pareja irascible. Eso que se soporta durante tanto tiempo con más o menos coraje, ¿no es la versión pasiva y complicada de la carrera que pide resistencia, pero se gana? Solo si ganar es llegar a recorrer la distancia deseada. He tenido, a menudo, la impresión de pasar una prueba difícil corriendo, jamás estuve segura de que terminaría el recorrido, esperando quebrarme unos metros más tarde pero teniendo éxito de todas formas. Controlando todo, el mérito llega. El resto parece irrisorio.

¿Contra quién se corre?¿Contra el reloj?¿Contra los competidores? No, es consigo mismo con quien se tiene una cita. Esa soledad de la carrera es, en el fondo, su encanto, creo yo. Nada es más intenso que esa lucha contra sí mismo, nadie hay que lastimar salvo a uno mismo, nadie a quien derrotar. Metáfora de la vida, un día perderé contra mí misma y será el final.

Traducido del francés por Ana Kancepolsky.